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28 ago 2016

Gotha: una sorpresa en el camino (I)

En ocasiones los extras nos sorprenden. Cierto que esta afirmación es una perogrullada, pues aquello que se adapta a lo preconcebido pierde la capacidad de asombro que nos ofrece lo inesperado.
La tarea del buscador de Rincones con historia (en adelante “el buscador”) suele desarrollarse en líneas generales por un proceso en el que se dan cuatro etapas bien diferenciadas.
En primer término se encuentra la fase que denomino «primer amor». Aquí surge la chispa; crece el deseo y, envuelto en los hormigueos del enamoramiento, se anhela con fervor adolescente visitar el lugar en cuestión. Ahora bien, para “el buscador” esa visita requiere una segunda fase llamada «cortejo»
En el cortejo se despliegan nuestras mejores capacidades para adquirir un mayor conocimiento de nuestro objeto de deseo. Este momento no es baladí, de él depende en buena medida el éxito de nuestra tercera fase: el «encuentro»
En el encuentro “el buscador” no se limita a realizar una visita de cortesía, una mera formalidad con la que completar su agenda. En el encuentro se plasman vívidamente todas las calenturientas fantasías que hemos ido construyendo en fases anteriores, y en ocasiones, no siempre, la química favorece la aparición del verdadero amor. Cuando esto ocurre, la última fase llega a perdurar largo tiempo a través de la «evocación»
Muchos evocan sus encuentros visionando y escuchando una y otra vez el material audiovisual obtenido, otros usan de las redes sociales para dar perdurabilidad al evento, y algunos, entre ellos “los buscadores”, tratamos de recrear el acontecimiento escribiendo, ves a saber con qué ínfulas, en un humilde blog.  
El hecho de dar forma en negro sobre blanco a los avatares diversos del "buscador" es especialmente recomendable en mi caso, dado mi permanente olvido, y pereza, por qué no decirlo, a realizar las fotografías o vídeos de rigor. Amén de mi maniática obsesión por no salir en plano. Discúlpenme mis sufridos lectores si no amenizo estas aburridas parrafadas con mayor profusión de documentación gráfica, aunque tampoco, créanme, es mi intención hacer de cada post un reportaje del Hola. Quizá, llevado de una cierta locura quijotesca, las muchas lecturas de diarios de viaje decimonónicos han afectado mi razón más allá de lo convencionalmente recomendable.


Hünersdorfstrasse en Gotha
Hünersdorfstrasse en Gotha

Nos detuvimos en Gotha, a medio camino entre Eisenach y Erfurt, para acallar nuestros quejumbrosos estómagos. Transitábamos por una cómoda carretera comarcal que atravesaba un suave paisaje agrícola; los tractores que ralentizaban nuestra marcha forzaron, en cierta medida, la situación. No había intención alguna de hacer un alto en el camino, pero como anteriormente he expresado: en ocasiones los extras nos sorprenden.

Hünersdorfstrasse en Gotha. Al fondo el Rathaus.
Hünersdorfstrasse en Gotha. Al fondo el Rathaus.
Nada mejor que una buena ración de carbohidratos para reponer fuerzas rápidamente, y para ello, una céntrica pizzería que se encuentra en la Neumarkt nos vino como anillo al dedo. A medida que vamos apaciguando nuestras carnales apetencias al ritmo de las músicas de los incombustibles Laura Pausini y Eros Ramazzotti, nos percatamos de la presencia de dos testigos de excepción que, perfectamente ubicados en el pórtico de la Margarethenkirche, dan fe con mirada inquisidora de nuestra vorágine alimentaria. ¿Los testigos? Ni más ni menos que Lutero, cuya alargada sombra no cesa de seguirnos, y su leal amigo Melanchton.

Tomamos desde Neumarkt la Hünersdorfstrasse, sin rumbo aparente, lo que vulgarmente se entiende como un paseo para “estirar las piernas”. Al poco, desembocamos de forma imperceptible en una amplia y agradable calle justo en su convergencia con el pintoresco Rathaus. Al fondo, al sur de la ciudad, en lo alto de la empinada avenida, advertimos una construcción de grandes dimensiones. Movidos por la curiosidad, enfilamos con presteza nuestros pasos hacia tan imponente edificio. Por el camino, realizando una breve parada en una librería de viejo que exhibe hermosos grabados en su aparador, y que dan fe de la importancia que en sus tiempos tuvo el enclave, nos percatamos que en la fachada de un edificio contiguo se exhibe una placa que nos advierte acerca de la estancia de Lucas Cranach en la ciudad.

Ernesto I, el piadoso
Ernesto I, el piadoso

Ya en lo alto, al tiempo que conjeturamos con la posibilidad que aquella inmensa fachada fuera una universidad, una escultura de algún histórico personaje, al que le encontramos cierta familiaridad a Cromwell o al Cardenal Richelieu, nos da la bienvenida. El encuentro ha sido casual, sin fases previas; a pesar de ello y de nuestra falta de preparación, nos envuelve un cierto cosquilleo previo al enamoramiento.

Las vistas de la ciudad  desde tan privilegiada atalaya nos cautivan de tal forma que, sin mediar palabra alguna, decidimos aventurarnos a desentrañar los ocultos misterios de la plácida Gotha.
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27 ago 2016

A sus pies, mi estimado Bach (II)

Dando un rodeo, desde Frauenplan bajamos hasta la calle Frauenberg para tomar una vez más la Karlstrasse en dirección a la Plaza del Mercado. Se hacía necesario, antes de proseguir con nuestra investigación, un pequeño paréntesis comercial que distendiera por instantes la carga histórica a la que habíamos estado sometidos. Para ello, nada mejor que la Karlstrasse con sus múltiples cafeterías y comercios.
Hay algo de hipnótico en las calles comerciales, todas ellas cortadas por el mismo patrón y salpicadas de las mismas franquicias. No importa el lugar, ni siquiera su tamaño; el entorno nos es familiar y crea a nuestro alrededor una zona de confort en la que nos sentimos seguros: ¡Estamos en casa! En cierto modo, uno tiene la sensación que en esta nova religio universal del consumismo, los centros comerciales son una nueva suerte de iglesias y monasterios. Cosas de la globalización, imagino.
En la Marktplatz se encuentran tres de los más importantes edificios de la ciudad. Los tres representan tres instituciones que guardan estrecha relación con la actividad musical de papá Ambrosius Bach; por ende, si nuestra pretensión es conocer el devenir infantil del futuro maestro, se hace obligatorio repasar los lugares donde todo se “cocinaba”.
Con urgencia necesitábamos establecer un protocolo de actuación. A efectos de recabar mayor información nos dirigimos a la Oficina de Turismo que se sitúa en el Stadtschloss (Palacio Ducal). Una solícita y atenta joven que se encuentra reponiendo bibliografía en los estantes de una sala anexa a la oficina, resuelve todas nuestras dudas y nos entrega alguna documentación básica necesaria.
De vuelta a la plaza advertimos uno a uno los objetivos: frente a nosotros la Georgenkirche; a nuestra izquierda, en ángulo con la calle comercial, el Rathaus; y detrás de nuestra posición el Stadtschloss.

Georgenkirche en Eisenach
Georgenkirche en Eisenach

La Georgenkirche se nos antoja una edificación humilde, y de alguna manera y a pesar de su céntrica y despejada ubicación, intuimos que tiene una cierta disposición a no ser molestada. Influye en ello, quizá, el hecho que su fachada principal esté orientada de espaldas al trasiego peatonal de la ciudad. Esta aparente timidez, no obstante, no la excusa de ser una construcción que transpira historia por todos sus poros.
La primera efeméride relacionada con el niño Bach, 23 de marzo de 1685, es la de su bautismo. La iglesia de San Jorge conserva aún la pila bautismal, del 1503, con la que el pequeño de Johann Ambrosius y Maria Elisabetha entró a formar parte de la familia cristiana. Fue Sebastian Nagel, amigo de Johann Ambrosius y flautista municipal de la vecina población de Gotha, quien sostuvo al recién nacido sobre la fuente bautismal. En honor al padrino recibió el niño el nombre de Sebastian.
Pero la Iglesia de San Jorge está también ligada a la memoria de Isabel de Hungría, quien contrajo nupcias en este mismo lugar con el landgrave Luis IV, allá por el 1221. Dicen las crónicas que la joven esposa renunció en la ceremonia a llevar las joyas dignas de su rango: «¿Cómo podría llevar una corona tan preciosa ante un Rey coronado de espinas?». A esta Isabel, y como curiosidad, nuestro Bartolomé Esteban Murillo rindió honores con su Santa Isabel de Hungría curando a los tiñosos, obra que fue concebida para otra Iglesia de San Jorge, en este caso, la que se encuentra en el Hospital de la Hermandad de la Caridad de Sevilla. Y es de suponer, dicho sea de paso, que el mariscal Soult era un fiel “devoto” de la santa, pues tardó poco durante sus correrías andaluzas en confiscar, para gloria personal y del Imperio, tan preciada obra de arte.
También Lutero hizo acto de presencia en el sagrado recinto. No ya solo como joven estudiante y cantor del coro. Dos días antes de su reclusión en Wartburg, anatemizado por Iglesia e Imperio,  exhortó desde el púlpito a las gentes de Eisenach con las buenas nuevas de su fe reformada. Corría el año 1521. Fue su última predicación antes de mutarse en el caballero Jorge. Con este acto la Iglesia de San Jorge tuvo el honor de ver al fraile agustino despojarse, simbólica y definitivamente, de sus hábitos y contemplar un nuevo rumbo para el devenir de la cristiandad: Alea iacta est. 

Rathaus en Eisenach
Rathaus en Eisenach
En otro orden de cosas, papá Ambrosius tenía adquiridas una serie de obligaciones como flautista municipal, o si se quiere, director de la agrupación musical de la ciudad, desde que fue contratado en 1671. Mañana y tarde, dos veces diarias, debía tocarse el Abblassen, una especie de música a modo de retreta o fanfarria, que se realizaba con trompetas o chirimías. Por regla general esta música se ejecutaba desde los balcones o torres del Ayuntamiento (Rathaus), aunque debo confesar que por más que escrutamos la fachada del edificio en cuestión no llegamos a advertir balcón o estrado alguno. Presumo que no son pocas las reconstrucciones y apaños que habrá tenido que soportar la sede consistorial a lo largo de su historia.
Una segunda tanda de obligaciones del hausmann municipal consistía en interpretar, los domingos y fiestas de guardar, la música para los oficios religiosos de la Georgenkirche, amén de todos los ingresos extra que se podían percibir con las contrataciones de particulares para bodas, bautizos y entierros, un asunto que, dado el monopolio que ostentaban los músicos municipales, traía no poca controversia con los músicos independientes.
Los oficios religiosos exigían, a su vez, la participación del Chorus musicus, que se nutria  de los alumnos de la escuela latina, por lo que presumiblemente el niño Sebastian, del mismo modo que en su tiempo lo hizo Lutero, tomó parte en su composición.

Stadtschloss en Eisenach
Stadtschloss en Eisenach
Por último, papá Ambrosius debía atender sus compromisos como miembro de la capilla de la corte ducal, una formación musical que tuvo también entre sus miembros destacados a Pachelbel, en 1677, lo que dio pie a una relación cuasi familiar con la familia Bach, y años más tarde, 1708, a George Philipp Telemann. Valga decir que el actual palacio pertenece al barroco tardío y es de construcción posterior a los tiempos del pequeño Sebastian.
En la extensa familia Bach todo giraba en torno a la música, y a su vez, toda la música giraba en torno a la Marktplatz, epicentro de la vida social de la ciudad.

Permaneció el niño Bach en Eisenach hasta los diez años de edad. Quiso el fatal destino que en menos de un año quedara huérfano de padre y madre. El primogénito de los hermanos, Johann Christoph, que había sido alumno de Pachelbel, era por entonces organista de la Iglesia de San Miguel en Ohrdruf, de modo que el desconsolado Sebastian quedó bajo su tutela y marchó a residir a aquella vecina población.


Por nuestra parte, no sin cierta pesadumbre, sentimos que nuestro tiempo en Eisenach se está agotando. Queda el consuelo de proseguir en futuras ocasiones tras los pasos del admirado Maestro. Circundamos una vez más, a modo de despedida, la Plaza del Mercado en la que se forjó el genio musical del pequeño Sebastian.  Por momentos nos parece escuchar, como surgida de las entrañas terrenales, una melodía profunda y serena que envuelve de melancolía nuestro caminar; no, no se trata de un estado extático alcanzado por la emoción, suena la Suite primera para violonchelo en el teléfono móvil que llevo en el bolsillo. Ahora sí, la marcha es inminente: A sus pies, mi estimado Bach.
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21 ago 2016

A sus pies, mi estimado Bach (I)

La visita a la Lutherhaus bien merecía un pequeño homenaje. Una de las muchas Bäckerei (panadería) que sazonan la ciudad fue la excusa perfecta para ello. Y entre bocado y bocado de un almibarado dulce, cuyo largo e impronunciable nombre quedó en el olvido perpetuo, tomamos la Lutherstrasse hasta desembocar en su confluencia con la Frauenplan. Sin dar tiempo a terminar el empalagoso refrigerio divisamos la escultura de un personaje que nos es del todo apreciado y familiar; al fondo, a pocos metros de distancia, una rústica casa que destaca por su color amarillo toscano, cierra nuestro ángulo de visión. Nos encontramos en la Bachhaus (casa de Bach) y el Bachdenkmal (monumento a Johann Sebastian Bach).


Bachdenkmal en Eisenach
Bachdenkmal en Eisenach
Con no menor reverencia que en el Lutherdenkmal aproximamos nuestro paso hacia el Kapellmeister de Santo Tomás para rendirle humilde tributo. La escultura en bronce es, al igual que la de Lutero, obra de Adolf von Donndorf. Fue colocada inicialmente frente a la Iglesia de San Jorge e inaugurada en 1884. Para solemnizar el acto inaugural se tuvo a bien interpretar la Misa en si menor, una rara avis, valga decir, del repertorio bachiano; única misa católica a la que el viejo maestro pelucas dio forma en los últimos años de su vida, quién sabe si para dar mayor lustre a su cargo honorífico como Compositor Real del católico Reino de Polonia.   
Pausadamente nos situamos a los pies del Maestro, al tiempo que nuestras mentes rememoran las voces, acompañadas de toda la magia instrumental de trompas, trompetas, clarinetes, oboes, fagots, violas y violines, del majestuoso Gloria de la citada Misa.
Nuestro estimado Bach nació en esta población un 21 de marzo de 1685. Hoy día se sabe con certeza que la que se nos presenta como tal no fue su casa natal; diversas fuentes apuntan a la actual  Lutherstrasse 35 como lugar de nacimiento. Con independencia al lugar exacto, lo que se sabía con certeza, por condición familiar, es que el niño sería músico, aunque posiblemente nadie llego a sospechar, ni en vida ni en muerte del Maestro, que aquel Isenacus, como gustaba firmar, habría de convertirse en el más grande compositor que parió madre. ¿Exagero? Quizá sí, soy del todo parcial, pero a medida que los compases del primer movimiento de la Cantata 140 resuenan implacables a través de la memoria, el corazón me dicta que sí, que el dominador del contrapunto, el perfeccionador de la coral luterana, el laborioso músico de Dios, en definitiva, sobrevuela en otra dimensión al resto de los mortales.
«Inicialmente estaba Bach..., –señaló Pau Casals– y entonces todos los otros». Y es que a tenor de lo excelso de la obra bachiana, mucho se ha escrito y hecho desde que el joven Mendelssohn recuperara para el gran público la Pasión según San Mateo; pero por cosa de los inexplicables vericuetos de la memoria, aflora en estos instantes una humilde escena fílmica que quedó grabada en mi retina adolescente. Se trata del film Hijos de un dios menor. Un profesor (William Hurt) trata de explicar gestualmente a su alumna y amante con sordera (Marlee Matlin) el segundo movimiento del Concierto para dos violines en re menor. ¿Cómo transcribir ese perfecto y pausado equilibrio  entre los dos instrumentos? ¿Cómo plasmar la imbricada alternancia de dos melodías que se conjugan en un in crescendo de dulzura  y melancolía? I can´t, concluye Hurt, y en esos instantes abraza y besa a Matlin para expresar toda la ternura y grandeza que la pieza inspira.
Y ya puestos a traer a la palestra juveniles remembranzas, no puedo obviar la extraña excitación que me produce en este rincón de la Turingia el recuerdo de aquellos embelesadores sonidos que, a través de una magia inescrutable, emanaban de un viejo radiocasete, dando forma a mis infantiles fantasías con los Conciertos de Brandeburgo cuarto y quinto.

Bachhaus en Eisenach
Bachhaus en Eisenach

El niño Sebastian, continuando el oficio de la saga familiar, estaba predestinado a ser músico. Su padre Johann Ambrosius era director de la agrupación musical del municipio (Haussmann), cargo que compaginó con el de miembro de la capilla de la corte ducal, formación musical establecida por el duque Juan Jorge I de Sajonia-Eisenach. De todas las actividades frecuentes de su progenitor el niño mamó el talento musical; un talento entendido como laborioso oficio artesanal con el que alimentar las bocas, no como un romántico ejercicio inspirador.
Una vez vista la Bachhaus pudimos imaginar el trasiego que el pequeño Sebastian vivió en la cotidianidad de su hogar natal. Ayudantes y aprendices transitaban en sus idas y venidas por el lugar. Allí se enseñaba, se practicaba y se interpretaba la música. Se recopilaban y copiaban partituras, e incluso, se reparaban y mantenían instrumentos.

Llegó el momento en que nuestras pesquisas en torno al niño Bach requerían cambiar de escenario, a todas luces las pistas nos conducían hacia la Plaza del Mercado de la ciudad. Antes de partir, una nueva parada ante la estatua del Maestro: A sus pies, mi estimado Bach.
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14 ago 2016

Mi querida ciudad de Eisenach

Quisimos entrar en Eisenach como antaño entraban sus gentes y visitantes, y a falta de carro, caballo o mulo, cosa que le hubiese dado una cierta dimensión folclórica al asunto, lo hicimos caminando a través de su antigua puerta. 


Entrada de Eisenach
Nikolaitor y Nikolaikirche
La Nikolaitor es la única puerta que se conserva de la ciudad medieval; aunque en realidad es una de las torres que fortificaban la muralla en aquel punto de entrada. Para darle mayor lustre al escenario, y de paso contentar la memoria de su tía Adelaida, quien fuera abadesa del monasterio benedictino que allí se encontraba,  el landgrave Ludwig III mandó construir, allá inicios del siglo XII, la Iglesia de San Nicolás (Nikolaikirche), hecho que humildemente agradecemos al viejo conde, y que dota de mayor monumentalidad nuestro acceso a la población.
Curiosamente, por este mismo acceso entró el quinceañero Martín Lutero en 1498 con el propósito de proseguir con sus estudios. Y si por algún instante el visitante cae en el olvido de tan ilustre residente, las buenas gentes de Eisenach, en la primavera de 1895, tuvieron a bien erigir una imponente estatua en su honor. 
monumento a Lutero en Eisenach
Efectivamente, traspasado el umbral románico se abre ante nuestros ojos la Karlsplatz, en cuyo centro, y sin intención alguna de pasar desapercibido, se encuentra el Lutherdenkmal (monumento a Lutero). Con pose severa, cual Moisés bajando del Monte Sinaí con las Tablas de la Ley, Biblia en mano y rostro circunspecto, la figura del reformador nos da la bienvenida a Eisenach.
Hechas las presentaciones y roto el hielo, nos acercamos respetuosamente para realizar la fotografía de rigor; un trámite que cada vez me da más pereza, a resultas de las interminables esperas que ocasionan nuestros amigos asiáticos y su euforia por fotografiarlo todo. El conjunto escultórico, obra de Adolf von Donndorf, presenta cuatro relieves en su pedestal que nos ilustran acerca de la relación de Lutero con Eisenach: el joven Lutero con Frau Ursula Cotta; Lutero como Junker Jörg; una tercera en la que vemos al traductor del Nuevo Testamento ocupado en su alcoba de Wartburg; y finalmente la inscripción «Castillo fuerte es nuestro Dios», inicio del más repetido himno luterano.


Relieve. Lutero en Wartburg
Lutero traduciendo el Nuevo Testamento del griego al alemán en Wartburg
Nuestras pesquisas en torno al rebelde fraile nos habían llevado con anterioridad a Wartburg, de modo que, por aquello de seguir las pistas y completar las pruebas, quedaban por descubrir los avatares del joven Martin en la ciudad. Tomamos la Karlstrasse en dirección a la Lutherhaus.
Llegó Lutero a Eisenach como nuevo alumno de la Georgenschule, escuela latina anexa a la Iglesia de San Jorge. Lo hacía después de haber pasado por las de Mansfeld y Magdeburgo; y aquí el joven se las tuvo que ver con la retórica de Cicerón y la poesía de Virgilio, Ovidio, Plauto o Terencio. Permaneció en Eisenach cerca de tres años, una ciudad que no le era del todo extraña, pues su madre, Margarita, había nacido allí y aún contaba con familiares. Uno de ellos, Conrado Hutter, era sacristán de la Iglesia de San Nicolás. A pesar de ello, el joven Martín pasó inicialmente ciertas penurias: «No despreciéis –escribiría años más tarde– a los muchachos que de puerta en puerta van pidiendo el pan por amor de Dios... También yo he sido un apañador de mendrugos y he mendigado el pan a las puertas de las casas, especialmente en mi querida ciudad de Eisenach». A todo esto, cuentan que Frau Ursula Cotta, viuda de elevada condición,  escuchando al joven cantar y orar devotamente en la iglesia, le tomó una entrañable afición, acogiendo al estudiante en su casa. De modo que, no solo con los Cotta, sino también con los  Schalbe, otra distinguida familia, Lutero encontró un cálido cobijo para aquellos años. Y quién sabe si también, merced a la arraigada tradición piadosa de estas familias, le fue plantada la semilla que habría de madurar con su futura vocación a la vida monástica.
Casa de Lutero en Eisenach

La llamada Lutherhaus es una pintoresca casa de entramado de madera que pertenecía a una de las muchas propiedades que la familia Cotta poseía en Eisenach. No se sabe con certeza si realmente el joven estudiante residió en ella, aunque la tradición apunta a que las probabilidades de ello son muy altas. Por nuestra parte, nos produce una cierta sensación de encontrarnos ante una tienda de souvenirs, algo que tampoco le resta demasiado encanto al acontecimiento; no somos en eso excesivamente puristas. 

Eisenach se nos antoja una ciudad entrañable, con gentes llenas de amabilidad; quizá ahora podemos entender mejor la causa por la cual el hijo de Hans Luder y Margarita Ziegler tuvo motivos para acordarse siempre con gratitud y cariño de su «querida ciudad de Eisenach».
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9 ago 2016

El Castillo de Wartburg

Una fina lluvia comienza a caer al tiempo que enfilamos por la empinada carretera que separa la pintoresca población de Eisenach del Castillo de Wartburg. Pronto, un colosal bosque de hayas, alfombrado de enormes helechos, indica que nos encontramos en la antesala de una de las zonas verdes más hermosas del centro de Alemania: el bosque de Turingia
Expectantes por  llegar al encuentro del «caballero Jorge», volvemos de tanto en tanto la mirada hacia el valle, tratando de localizar, de forma casi intuitiva, la torre de la Iglesia de San Jorge (Georgenkirche), testigo impávido del ir y venir de ilustres personajes.
Finalmente, la alargada silueta del Castillo, recortada en el grisáceo cielo alemán, se presenta ante nosotros. Lo que antaño fue la residencia de los landgraves o condes de Turingia, escenario de las alegres músicas y cantos de los trovadores o minnesänger, se nos antoja ahora una sombría amalgama de edificaciones, que a modo de fortaleza, se encuentran presididas por su torre cuadrangular adornada de matacanes. Por instantes nos parece respirar un cierto halo mágico, el mismo, posiblemente, que inspiró al caballero Wolfram von Eschenbach a acabar de dar forma a la leyenda de Parzival; una magia que trascendiendo en el tiempo, excitó la vena creativa wagneriana en la composición de algunas de sus más destacadas obras.  


Castillo de Wartburg

A medida que la lluvia arrecia buscamos cobijo en el interior, y allí, como salido de una estampa onírica, no sé si poseído de los ancestrales espíritus trovadorescos, o de las estudiantiles manifestaciones que en aquel lugar se habían desarrollado durante el siglo XIX en pos de la unidad alemana, un argentino comenzó a recitar a voz en pecho el Poema conjetural de Borges: «…La noche lateral de los pantanos me acecha y me demora. Oigo los cascos de mi caliente muerte que me busca con jinetes, con belfos y con lanzas. Yo que anhelé ser otro, ser un hombre de sentencias, de libros, de dictámenes a cielo abierto yaceré entre ciénagas; pero me endiosa el pecho inexplicable un júbilo secreto. Al fin me encuentro con mi destino sudamericano…». 
Acabado el recital del improvisado vate, tomamos nuevamente conciencia de encontrarnos en el mismo escenario al que nuestro «caballero Jorge» llegó una noche del 4 de mayo de 1521. Un lugar que el propio caballero describe como «mi cautividad, mi Patmos, el altísimo Alcázar, el reino de los pájaros». Este Junker Jörg  no es otro que Martin Lutero
El fraile agustino, tras inflamar la llama que habría de convulsionar a toda la Iglesia de Occidente, había llegado hasta allí en calidad de refugiado, bajo la protección de Federico el Sabio, Príncipe elector de Sajonia y Landgrave de Turingia. Fue una estancia de casi un año y durante ese tiempo, el aluvión que comenzó en Wittenberg iba inundando, de forma inexorable, toda Alemania y traspasaba ya sus fronteras. De poco o nada, sino para avivar las protestas, sirvieron la excomunión del fraile y las sentencias del Edicto de Worms.
Acercándonos al mirador pudimos observar, ya en todo su esplendor, la magnitud del extenso bosque (Thüringer Wald) salpicado de verdes valles entre las ondulantes colinas. In regione volucrum, in regione avium, firmaba el proscrito huésped algunas de sus primeras cartas; aunque, a decir verdad, nuestro particular reino de las aves había desaparecido por arte de la tormenta estival que amenazaba con prolongarse durante toda nuestra estancia. 


Castillo de Wartburg. Detalle

Una cierta solemnidad nos invade al transitar por los mismos muros en los que el agustino vivió su Patmos particular. Aquí fue, entre la ociosidad y la febril dedicación a la apologética escritura, donde Lutero entabló sus más intensas luchas en soledad contra los deseos de la carne y ¡hasta contra el mismísimo Satán! Pero dudas, angustias, tentaciones, y visiones aparte, si por algo se conoce la estancia del desterrado fraile en el Castillo, es por su traducción al alemán del Nuevo Testamento. «No solamente el evangelio de Juan –escribe Lutero a Spalatino el 30 de marzo de 1522–, sino todo el Nuevo Testamento, lo traduje en mi Patmos; ahora Felipe (Melanchthon) y yo hemos empezado a limarlo. Y será, si Dios lo quiere, una obra digna. También necesitaremos de tu colaboración en el empleo ajustado de algunos vocablos; está, pues, apercibido; pero no nos suministres palabras castrenses o cortesanas, sino sencillas, pues la sencillez quiere brillar en este libro». 
Castillo de Wartburg. Detalle

Con paso ceremonioso  abandonamos el fortificado recinto, no sin antes despedirnos de unas gráciles palomas blancas de cola abanicada, que revoloteando aquí y allá, nos aparecen imperturbables al paso de los visitantes. No sé si estas aves simbolizan alguna cosa, pero quiero creer que son testigos perpetuos de la pureza de espíritu de la Santa Isabel de Hungría, que al decir de sus hagiógrafos, realizó en este lugar multitud de buenas obras. Una última mirada; una más que deje grabada en nuestra retina la alargada silueta del monumento. Sin premeditación alguna tarareo a sotto voce el himno luterano por excelencia: «Castillo fuerte es nuestro Dios, defensa y buen escudo...». 

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