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17 sept 2016

Núremberg: el valor de las ruinas




 ¡Ah! ¡cómo se ha eclipsado tanta gloria!... ¡Cómo se han perdido tantos afanes!... ¡Así perecen las obras de los hombres! ¡Así sucumben los imperios y las naciones!. 

Conde de Volney



Desorientados, llevamos varios rodeos, estación arriba, estación abajo, tratando de encontrar la parada del tranvía número nueve que nos ha de llevar al Centro de Documentación. La estampa de turistas peripatéticos parece llamar la atención de un hombre que sale de un edificio de oficinas situado en la Marienstrasse.

—Guten Tag! —saluda el alemán acercándose con aires de curiosidad.
—Guten Tag! —respondo algo azorado—. … neun Strassenbahn… bitte

El alemán se nos queda mirando con cierta perplejidad. Ante mi torpeza lingüística, y antes de dar paso al concurrido recurso del inglés, se impone el uso de un revolucionario y eficaz método de comunicación: desplegar el plano y aplicar con contundencia el índice sobre el lugar de destino.

Dokuzentrum…, bitte…, Dokuzentrum…, Strassenbahn…

Pausadamente el alemán se coloca las gafas de lectura que lleva colgadas del cuello y asiente con la cabeza. Con señal inequívoca nos indica que le sigamos.

Sentados en el tranvía hojeo, por los puntos que llevo señalados, las Memorias* de Albert Speer, el que diera, entre otras cosas, forma arquitectónica a la megalomanía hitleriana. Es un tomo de extensión considerable que escribió durante su  confinamiento en Spandau.
Leo: «…en julio de 1933, me llamaron a Núremberg. Se preparaba en esta ciudad el primer Congreso del Partido desde su entrada en el Gobierno. El poder que había alcanzado el partido victorioso debía tener su expresión en la arquitectura escénica (la cursiva es mía)».
Efectivamente, nos acercamos a uno de los escenarios míticos de la geografía ideológica y propagandística del nacionalsocialismo. En este enclave, en los alrededores del estanque Dutzendteich, se dieron, entre 1933 y 1938, los Congresos anuales del Partido, unos fastos que quedaron inmortalizados en El Triunfo de la Voluntad de Leni Riefenstahl, mítico documental de 1934. El film, valga decir, supuso para su directora, a la que Speer señala como una mujer «que manejaba sin miramientos aquel mundo de hombres para lograr sus fines», la consolidación de sus cualidades artísticas.

Dokumentationszentrum. Núremberg
Dokumentationszentrum. Entrada

Final de trayecto. Frente a la parada  se encuentra a escasos metros el acceso al Centro, situado en las dependencias del inacabado Palacio de Congresos. Antes de entrar para visitar la exposición Fascinación y terror, se impone un recorrido por los restos del Zeppelinfeld (Campo de Zeppelin), denominado así en honor del conde Ferdinand von Zeppelin, a cuenta de las maniobras que de estos dirigibles se realizaron en este lugar a inicios del siglo XX.
Poco queda del emblemático complejo ideado por Speer. Enmudecido entre pistas de pruebas, almacenes y aparcamientos, a duras penas resalta su presencia. Con todo, ahí está, aleccionando al paseante desde su adormecida tribuna, pedestal en otros tiempos de arengas e inflamadas oratorias, acerca de los múltiples estragos de la vanidad.
« Me engañaba a mí mismo —escribe Speer— al querer olvidar que lo que aquellas obras tenían que representar era un escenario monumental, como el que ya se había intentado construir mucho antes, si bien con medios más modestos, en el parisino Campo de Marte durante la Revolución Francesa». A tal efecto, e inspirándose en la formidable escalinata helenística flanqueada por dos cuerpos de piedra del Altar de Pérgamo, el arquitecto diseñó una obra colosal de 390 metros de largo por 24 de altura. Un escueto «de acuerdo» formulado por el Führer dio vía libre al proyecto.

Zeppelinfeld
Zeppelinfeld 



Memorias en mano y apostado en las gradas leo un pasaje más antes de visitar la exposición: «A Hitler le gustaba explicar que edificaba para legar a la posteridad el espíritu de su tiempo. Opinaba que, finalmente, lo único que nos hace recordar las grandes épocas históricas son sus monumentos. ¿Qué quedaba de los emperadores romanos? ¿Qué testimonio habrían dejado si no fuera por sus obras? Hitler afirmaba que en la historia de un pueblo se dan siempre períodos de declive, y entonces los monumentos reflejan el poder que tuvo en otro tiempo….Así, las obras del Imperio Romano permitían a Mussolini remitirse al espíritu heroico de Roma cuando trataba de divulgar entre su pueblo la idea de un Imperio moderno. Nuestras obras también tendrían que hablar a la conciencia de la Alemania de los siglos venideros. Con este argumento Hitler subrayaba también la importancia de que las construcciones fueran perdurables».

Kongresshalle
Kongresshalle




Desde su acceso suroeste a través de la Grosse Strasse, la calle por la que habrían de discurrir las grandes paradas militares y en la que aún pueden verse en sus laterales restos de pequeñas gradas, se obtienen las mejores perspectivas del Palacio de Congresos o Kongresshalle. Este gran coliseo, diseñado a imagen y semejanza del Anfiteatro Flavio por los arquitectos Ludwig Ruff y su hijo Franz, estaba concebido para albergar a cerca de 50.000 personas, una minucia, en realidad, si se compara al complejo proyectado por Speer para el Deutsche Stadion, con capacidad prevista para 400.000.

La exposición Fascinación y terror es toda una experiencia. Bien estructurada, tiene el mérito de haberse diseñado para todos los públicos, abundando el material audiovisual. El recorrido cronológico, focalizado en gran parte en la ciudad de Núremberg, que en su día fue declarada Ciudad de los Congresos del Partido, nos lleva desde el surgimiento del Partido Nacionalsocialista hasta los famosos Juicios. No obstante, echamos en falta ciertos aspectos de la locura nazi que se pasan de soslayo.

Salimos. Paseando a orillas del estanque extendemos la vista hacia la gran planicie (Reichsparteitag) que habría de manifestar las glorias del Reich de los Mil Años. Nada hay de aquel aquelarre arquitectónico ideado por Speer a instancias de su visionario Führer, tan solo unos pocos restos; vestigios que ni tan siquiera tienen el valor romántico, o testimonial que el arquitecto, inspirado por la estética de las ruinas dóricas, había defendido con tanto tesón en su Teoría del valor de la ruina. Estas pocas piedras no exhiben la grandeza de un pueblo, no exudan nobleza por sus ennegrecidos poros. Se les supone, en todo caso, el valor simbólico de alertar acerca de los sueños que, transformados en pesadilla, arrastran al ser humano a sus propios infiernos.

Unos niños tiran trozos de pan al agua. Al unísono, aparecen a diestra y siniestra del estanque numerosos patos que, en perfecta formación de escuadra naval, se dirigen al objetivo. Los pequeños ríen y vociferan animados por el espectáculo.   La vida, efímera, continúa.

* Albert Speer, Memorias, traducción de Ángel Sabrido, El Acantilado, Barcelona, 2001


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